TRIGO BUENO EN SURCO MORENO


“El P. Jesús Vicente Ollobarren es el trigo bueno que ha caído en los surcos morenos de esta tierra venezolana”, así fue definido, entre tantos otros atributos, este misionero de los buenos; aquél que fue abriendo sendas en una tierra desconocida.

El P. Jesús María Vicente Ollobarren, nació en un pequeño pueblo de Navarra, llamado VillaTuerta, el nueve (09) de Abril de 1925, unos años intermedios entre la primera guerra mundial y la posterior guerra civil española. Gracias a Dios, en estos tiempos, España no participa de esta conflagración mundial y solo Jesús Vicente tienes que sufrir desde la adolescencia, la lucha fratricida en su tierra: primero, palpar el ansia de poder y el deseo de subvertir el status y segundo, apreciar la descomposición de la fe y el odio voraz contra una Iglesia que, al parecer, se había alineado de siempre con el poder.
El P. Jesús Vicente se sentía orgulloso de haber sido “vocación” del P. Juan Ma. De la Cruz. Ese promotor y limosnero de la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús que, a su paso por tantos pueblos, logra ser llevado al seminario. Una vez, dentro del seminario y en manos de los “Padres alemanes”, - así conocidos los SCJ -, logra profesar sus primeros votos religiosos el quince de Agosto de 1943. Tenía 18 años de edad. Zurraure, Garaballa, Vera de Bidasoa y Puente la Reina son los lugares habituales de este período de Formación en la vida religiosa. El P. Guillermo Zicke, con otros cuantos padres alemanes, mas los primeros noveles padres españoles que eran los retoños de la futura provincia SCJ española, eran los que llevaban adelante las riendas de este compromiso de formación y crecimiento del carisma dehoniano.
El P. Jesús Vicente, es ordenado sacerdote, el 19 de febrero del año 1950. Tenía escasos 25 años, sin embargo, en la flor de la vida, solo seis años bastan para que entregue su trabajo pastoral a la madre Patria. Fue destinado al sur de España, en Cuenca para ayudar en el trabajo pastoral en una zona que sufrió mucho el odio por la religión católica; aún así, el celo sacerdotal en él y en muchos otros, hicieron vencer las dificultades y las resistencias.
Debido a la enfermedad del P. Daniel Eyaralar en Venezuela, al P. Jesús Vicente se le ofrece trabajar en tierras lejanas. Acepta. El 25 de Septiembre parte del puerto de Barcelona. Graciosa son sus peripecias y “suerte” que el mismo narra (cfr. Historia de la Provincia española de los SCJ, págs. 243-244): “…como me había hecho amigo del 2do jefe del barco, me vino perfectamente esa amistad, pues nada más salir de Tenerife, me pasó a un camarote de 1ra clase y además, solo…a continuación fui el hombre de suerte. Las mismas monjas claretianas andaban detrás de mi para ver si tenía algo que lavar o remendar y hasta el mismo capellán me dijo que no madrugara y que dijera la última misa”.
Llega el 16 de Octubre de 1956, a las ocho de la noche. Inmediatamente es agregado a los trabajos de la Parroquia “San Miguel” de Caracas. En el año 1958 decide ir, previo permiso y con anuencia del señor obispo Mons. Arias Blanco, a la diócesis de Guanare donde trabajaría con ahínco en una pequeña parroquia y una extensa zona por atender.
Vuelve a Caracas en el año 1966 y se reincorpora a la vida comunitaria en la parroquia “S. Miguel”. Pero la estadía no fue larga, ya que junto al P. Juan Rodríguez, marcha en el mes de Junio para el Pao, en el Estado Cojedes. Sin nada de valores ni bienes más que sus vestimentas, trabajan en medio de problemas, inundaciones, desconocimiento de la realidad, aún así, prosiguen su interés de evangelizar en escuelas, campos, caseríos, etc. Nada los aparta del amor de Cristo Jesús. Al año siguiente, se pidió al señor obispo, el cambio desde el Pao hasta la ciudad capital del Estado, San Carlos. Allí vivió junto al P. Juan Rodríguez y José García, atendiendo las parroquias de “Santo Domingo” y “S. Juan Bautista” pero con un terreno tan extenso que no se apreciaban sus límites: hacia el Estado Portuguesa, vía Acarigua; hacia la Sierra de Cojedes, frontera con el Estado Yaracuy, hacia el campo de Carabobo en Valencia, hacia el sur, incluyendo el mismo Pao y el Baúl.
En el año 1971, P. Vicente es llamado por el P. provincial, Aparicio Pellín, a ser primer párroco de la parroquia “Ntra. Sra. del Carmen en Mariara”. Tres años bastaron para comenzarla y darle el empuje necesario a pesar de la carencia de recursos.
En el año 1974 es vuelto a llamar por el Superior Provincial Aparicio Pellín, para visitar al obispo de Valencia, Mons. Luis Eduardo Henríquez quien decide segregar y crear una parroquia de la original – “Espíritu Santo”- cuyo nombre sería “Sagrado Corazón de Jesús”. El 8 de diciembre de 1974, escribe, “me dieron la posesión canónica de la parroquia y para ello vino el vicario general Mons. Armando Falcón. Lo celebramos en un Kinder, lo cual fue muy pintoresco, ya que no había confesionario y en una silla me senté; no había pila bautismal, y el P. Pío tenía el lavabo en sus manos y hacía de pila bautismal; no había sagrario, en fin, no había nada”

Aquí, el P. Vicente atornilló a fondo su vida, su vocación sacerdotal, sus afectos, se entrega y servicio y cada vez más fue profundizando su raíz en tierras valencianas hasta su muerte acaecida el día 4 de diciembre a las 7H56 PM en nuestra casa SCJ de la Isabelica, en la ciudad de Valencia, Venezuela.

¿Qué deja ese trigo bueno? ¿Qué de bueno dejó ese “venezolano” más que muchos venezolanos? Lo primero e interesante, un desapropio personal: su familia y su tierra pasaron a ser una segunda opción frente a la gran familia valenciana que lo acogía. Es un fiel cumplimiento de las palabras de Jesucristo: “Quien no deja a su Padre…no es digno de mi”.
En segundo lugar y es algo admirable en él, a pesar de que él era un sacerdote “mayor”, tenía un “gancho” para los jóvenes. Así, se vio rodeado hasta el último momento de jóvenes y levantó juventud no solo con la banda musical, sino con su forma de hacerlos partícipes y darles campos de libertad para su actuar en la parroquia y últimamente en la capilla de la Quizanda.
En tercer lugar, deja detrás de sí mucha catequesis, sacramentos imborrables y una madurez en la fe de hombres y mujeres que a los largo de 34 años han convivido con él y en la parroquia.
En cuarto lugar, su celo apostólico. A pesar de las dificultades que son propias de la vida, la disponibilidad y el envío a cualquier tierra o campo, no era obstáculo para él dar lo mejor de sí y dar lo que la voluntad de Dios pedía de él.
Y en último lugar, su sufrimiento callado. Entre otros problemas, esta enfermedad que se presentó larga, fue mantenida en silencio. Su sufrimiento aunque suene egoísta, no fue compartido. Llevó las cosas hasta el extremo sin importarle lo que le pasara. La importancia estaba en los demás, en el servicio apostólico y así murió, entregado, callado, hasta el último suspiro.
Que el Señor Jesús, que ve en lo secreto y recompensa en lo secreto, lo acoja con brazos abiertos y le entregue la corona de gloria a él reservada.